Del “qué hacemos” al “qué cambiamos”: el valor de los indicadores para una gestión con sentido de impacto

Una de las debilidades más recurrentes observadas en los procesos de acreditación de la Vinculación con el Medio en Chile, en el contexto de su obligatoriedad, se relaciona con la escasa capacidad de las universidades, institutos profesionales y centros de formación técnica para evidenciar resultados y contribuciones significativas de sus actividades. Este déficit se origina, en buena medida, en la falta de una cultura de medición basada en indicadores pertinentes y verificables, que permitan pasar desde una lógica descriptiva centrada en el “qué hacemos” hacia una narrativa transformacional que dé cuenta de “qué cambiamos”.


Para dar cuenta efectiva de los resultados y contribuciones, se debe contar con indicadores, entendidos como herramientas que permiten medir el avance hacia los objetivos o metas propuestos. La ausencia o excesos de indicadores impide reportar adecuadamente los logros y cambios, así como identificar oportunamente desviaciones, generar aprendizajes institucionales y tomar decisiones informadas para la mejora continua. Sin indicadores, no hay evidencia ni retroalimentación; sin evidencia, no hay acreditación que se sostenga en el tiempo.


Los criterios 11 y 12 del sistema chileno —que abordan la relación bidireccional con el entorno y la evaluación de resultados e impactos— exigen que las instituciones logren demostrar su efectividad en términos de cambio y contribución. Este desafío demanda una integración coherente entre la narrativa de cambio, el uso sistemático de indicadores y la recolección de evidencia empírica. Solo así es posible articular una cadena lógica que conecte los insumos, actividades y productos con los resultados e impactos esperados, tanto a nivel interno (en estudiantes, docentes o académicos) como externo (en comunidades, organizaciones o territorios).


Sin embargo, en la práctica, muchas instituciones aún operan bajo una lógica de reporte de actividades, sin establecer claramente el propósito transformador de sus acciones. Se registran talleres, seminarios, convenios o proyectos, pero no se especifica qué brechas buscan abordar, qué cambios se esperan, cómo se medirán esos cambios ni con qué frecuencia se evaluarán. La consecuencia es un vacío de información que limita la capacidad institucional de demostrar impacto, pertinencia, consistencia y bidireccionalidad.


Superar esta debilidad requiere fortalecer la gestión mediante un adecuado entendimiento, registro y monitoreo. En primer lugar, se debe fomentar una comprensión compartida sobre qué se entiende por contribución al impacto. Esta implica reconocer que los cambios significativos —aunque no siempre atribuibles exclusivamente a una intervención— pueden ser evaluados en términos de aportes verificables, especialmente en el corto y mediano plazo. Para ello, la Teoría de Cambio es una herramienta clave, pues permite definir claramente la lógica de intervención: desde el diagnóstico de la brecha hasta los resultados de cambio esperados.


En segundo lugar, es necesario contar con sistemas de registro que permitan documentar las actividades realizadas los actores involucrados, los recursos utilizados, los productos entregados y, sobre todo, los resultados obtenidos. Plataformas como Mide Impacto ofrecen una alternativa concreta para transitar hacia esta lógica, ya que estructuran la información en función de componentes esenciales del impacto y promueven el uso de indicadores vinculados a los cambios esperados.


Finalmente, el monitoreo permanente es la pieza clave para asegurar que los indicadores no se conviertan en un simple ejercicio de reporte ex post. La gestión por indicadores debe permitir observar avances, detectar alertas tempranas y ajustar estrategias para maximizar el valor público de la vinculación. Esto supone también aplicar instrumentos breves, útiles y válidos, como encuestas a participantes internos y externos, análisis de productos entregados o revisión de evidencia cualitativa sobre apropiación, calidad y sostenibilidad.


Avanzar desde el “qué hacemos” al “qué cambiamos” es un ejercicio complejo, pero viable. Es, en realidad, el centro del enfoque por contribución que demandan las nuevas exigencias del sistema de calidad. Implica cambiar la forma en que pensamos, registramos, gestionamos y comunicamos la vinculación con el entorno. El uso sistemático de indicadores bien definidos, conectados con una Teoría de Cambio clara y respaldados por evidencia empírica, las instituciones podrán demostrar de forma clara, oportuna y verificable su aporte a los desafíos sociales, culturales, económicos y territoriales del país.


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Tres elementos centrales para diseñar la pertinencia en la VcM